Volver el tiempo atrás

Para el liberalismo que Milei abraza con tanta obsesión, la idea de acción es central, en especial en un sentido transformador, ubicado fundamentalmente en el presente. El mercado, además de un concepto económico, es para ellos un escenario de posibilidades para el despliegue de esas acciones múltiples y cooperativas, por lo cual, lo fundamental, es aquello que sucede siempre en un momento actual, en un ahora recurrente y autocorregido en su mismo derrotero de idas y vueltas. Están convencidos, que si las acciones acumuladas son dejadas en total libertad, los resultados de ese entrecruzamiento serán beneficiosos para la mayoría de las personas. Al hacer esto, al constituir este optimismo en lo que vendrá, colocan una dimensión de tiempo adicional al presente: el futuro como virtud por llegar. Lo interesante, es que este futuro, convive también con una obsesión conservadora, como defensa de supuestos valores esenciales de la sociedad, es decir, con un pasado imaginado. Así, todas las dimensiones de tiempo (pasado, presente y futuro) se unen, en un caos explicativo y con adaptaciones sistemáticas.

El marxismo comparte un optimismo similar por un presente mejor, hipotéticamente disponible, bajo las condiciones que considera deben ser también cumplidas para que eso mismo se produzca. Para Marx, el hombre está limitado en su verdadero potencial creativo y cooperador, bajo condiciones de explotación que lo dejan alienado, convertido él en una mercancía más del mercado y anulado en su subjetividad; por lo que su presente es de no expansión de la acción, sino solo el de una repetición secuencial bajo la lógica repetitiva de la máquina industrial. Si esas condiciones son modificadas, si las relaciones capitalistas son anuladas, creen los marxistas que el hombre sería liberado en su creatividad y con resultados maravillosos. Pero todo este contexto de limitaciones sería posible, especialmente, porque el Estado sería el reflejo de los intereses de los capitalistas, que con su coacción ideológica y física, producirían las condiciones de la sobrevivencia de un régimen de estas características. Es evidente que a Marx, igual que a Milei, tampoco le gustaba mucho el Estado, ya que hacen del presente, un no futuro.

El rol del conservadurismo en estas combinaciones permite una diferencia importante entre el libertarismo de Milei y los suyos, y el marxismo. Para Marx, el pasado es importante como recorrido histórico hacia el presente, que debe ser transitado hacia una fase nueva, porque ese pasado es necesario como camino; pero no hay ninguna búsqueda de contener un tiempo anterior o de fijarlo en condiciones consideradas esenciales o inamovibles. En cambio, el conservadurismo mira con horror algunas modificaciones del presente. Ese horror se convierte en una intervención, en una búsqueda de limitación a cambios, que en ese caso, son asumidos como de malos resultados de un mercado de acciones que no puede ser dejado sin contrapuntos de competencia. Las empresas que no se adaptan a las nuevas condiciones del mercado, y que quedan en el camino, por no abrazar novedosas realidades económicas, pueden no ser conservadas; las familias formadas por personas del mismo sexo merecen ser señaladas por atacar aquello que habría funcionado durante siglos y qué sí debería ser defendida en su conservación: la familia tradicional. Implacables con el futuro económico; rígidos con lo que nuevas formas de socialización podrían producir.

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Esta liberalización en un ámbito, pero con serias restricciones y controles en el otro, vuelve a ofrecer la pregunta por la acción, y a través de ella de la idea de conciencia o de razón. La era inaugurada a partir del siglo XVIII tenía, entre tantos elementos, un interesante optimismo por el hombre como ser en condiciones de libertad y decisión. La ciencia como guía del pensamiento, los regímenes de gobierno como maneras de dar al pueblo su modo de gobernarse, el comercio como el espacio libre para mejorar la oferta de productos y servicios al mejor precio, y hasta el derecho como el artefacto para simular pautas de comportamiento esperables, fungieron como procedimientos para acompañar y adornar a los hombres ya dejados a su suerte, y sin Dios que los explique, dentro de un marco de libertad compartida. El optimismo de Milei por la acción en el ámbito económico, no tiene su par en los otros ámbitos recién mencionados. El gobierno tiene un Sturzenegger para desarmar regulaciones de mercado, pero no tiene un funcionario equivalente para permitir nuevas formas de derecho, de familia o de ciencia. La acción económica merece ser libre; las demás no tanto.

La sobreexageración de este desnivel obliga a sus defensores a recurrir a argumentos y explicaciones de dudosa validez y en contradicciones complejas. Mientras en economía habría casos por todo el mundo para demostrar éxitos de otros países, con gráficos, series históricas y números contundentes, en los casos de familias sin tanta tradición, la única salvación serían los casos aislados que servirían para exponer a un todo con sentido, como en Davos cuando el Presidente ejerció un ejemplo de ese tipo, obligado luego a ser readaptado en sus explicaciones. No es posible aceptar la idea de identidad de género como un proceso autónomo, pero sí es posible decir, como en el video del 24 de marzo de este año, que los Montoneros eran un ejército porque así se autodenominaban. Laje utiliza a su favor un argumento, para luego desacreditarlo en condiciones alternativas.

Lo que está en el fondo de esta tensión es la complejidad del mundo moderno, es decir, de la sociedad actual. No debería llamar la atención que un argumento pueda ser válido en determinadas condiciones, y tal vez no tan útil en otras; pero en su caso puede llamar la atención la exagerada militancia por una realidad que busca ser expuesta de una manera esencialista. En él, y en otros representantes del Gobierno, se combinan argumentos de origen supuestamente científicos, para desplegar una batalla fundamentalmente política. La ciencia no busca verdades últimas, sino la chance de que su último episodio aceptado como tal, permita cuestionarlo y pensar el siguiente. Es la política, la que necesita llevar esto al escenario del combate, que en el caso de Laje y Milei, es un combate por el todo. En esas condiciones, la variación que el mismo mundo presente ofrece, su diversidad y alteraciones, puede transformarse para la economía en una bendición, y para el resto de la sociedad un desafío a combatir.

El modo que ha tenido el Gobierno, por lo menos hasta el presente, ha sido el de involucrar a la mitad de la sociedad argentina, en un conflicto de rechazo a la otra parte de sus pares. En realidad, es lo que ha hecho con su comunicación, mientras lograba de manera exitosa bajar notablemente la inflación. Manuel Mora y Araujo decía que los gobiernos andaban bien cuando se ocupaban de los temas que habían justificado su ingreso a la gestión, pero que después podían hacer poco con las consecuencias que producían sus éxitos, los cuales generaban así demandas novedosas. La ética del conflicto puede ser sabrosa para parte de la opinión pública, mientras se va resolviendo el problema principal, pero insoportable cuando la novedad aparece con insufrible evidencia.

Tal vez Milei necesite conservar para siempre la herencia recibida, porque nunca habrá un tiempo tan glorioso, como el que justificó su existencia. Éste de ahora molesta, sobre todo porque está abierto a las sorpresas de la libertad.

*Sociólogo.

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